La trilogía completa

lunes, 24 de noviembre de 2008

La guerra que vio un niño de 11 años (3a entrega)




La Iglesia del Grao es saqueada

Aquellos primeros días eran turbios y desconcertantes.
La sinrazón parecía haber anidado en las mentes de las personas adultas. ¿Pero es que de pronto la gente se había vuelto loca?
La exaltación y la histeria, y la intranquilidad y el miedo, se apoderó de unos y otros.
Los había, que parecían embriagados de furiosa alegría o rabia. Y se paseaban por las calles del Grao lanzando gritos en medio de una terrible algazara; aireando su euforia a los cuatro vientos.
¿Por qué estaban tan contentos? ¿Qué estaban celebrando? ¿Qué estaba pasando?
Pero, en cambio, otros, muy lejos de participar de aquella fiesta, permanecían serios y preocupados. Temerosos. Huidizos.

El mismo día que se efectuó el asalto al cuartel de la guardia civil, los milicianos irrumpieron, escopeta en ristre, en la iglesia del Grao.
La iglesia, en aquel tiempo, estaba situada justo donde hoy está la plaza Virgen del Carmen. Allí acudieron decenas de oscuros milicianos.
Lo que hoy constituye la calle Sebastián Elcano apareció tomada por ellos. Nosotros, desde la bocacalle de la calle Gravina, observábamos lo que pasaba.
Una anónima muchedumbre, a voz en grito, entraba en el interior de aquel recinto sagrado. ¿Qué diría Mosén Llorenç? ¡Seguro que les desalojaría de la iglesia y les echaría una reprimenda! ¡Aquellas no eran maneras de entrar en la iglesia!
Pero alguien nos dijo que el cura párroco del Grao de Castellón, a estas horas ya no estaba allí. Había huido. Estaba escondido en algún lugar del Grao. También nos aseguraron que si le hubieran encontrado allí, muy posiblemente hubiera seguido la misma suerte que los guardias civiles.
Las risotadas y bravuconadas de los milicianos acapararon nuestra atención. Mis primos El Roig, El Moreno, Caragol y yo, quisimos acercarnos a ver en qué quedaba todo aquello.
En la plaza Virgen del Carmen, enfrente de la iglesia, fueron depositando todo cuanto de religioso encontraron en su interior, que era casi todo. Como si aquella cualidad fuera algo maligno.
Fueron amontonando en caótica e irrespetuosa disposición los bancos, los cuadros, libros litúrgicos, alfombras, imágenes de santos, crucifijos, hábitos religiosos y todo cuanto tuviera que ver con la religión.
La imagen de San Pedro fue decapitada de una certera patada. Unos desaprensivos jugaban a lanzarse la cabeza del santo.
Algunos reían con furiosas carcajadas las gracias de uno que había cogido los hábitos de monaguillo y que, jocoso, se paseaba entre los suyos tañendo una campanilla.
Para fin de fiesta, prendieron fuego a todo aquello. Y las llamas crepitaron con una violencia exultante, rabiosa...irreal.
La iglesia quedó totalmente desnuda por dentro. Vacía y herida de muerte.
Unos días después, el Ayuntamiento, - que ya tenía planificado desde tiempo atrás su derribo - procedió a demoler la iglesia del Grao. Esta vez con total legalidad y civilizados modos.
No se levantaría una nueva iglesia en el Grao hasta las postrimerías de la Guerra. Fue cuando las tropas del General Franco entraron en Castellón.
Los niños, tras la toma de Castellón, habíamos de quedar adscritos como “flechas” en el organigrama socio-militar del nuevo régimen. Los “flechas” éramos una suerte de soldados infantiles a los que se nos aleccionaba de nuestra grave misión en la “nueva España”. Una de nuestras primeras acciones habría de ser presenciar en ceremoniosa y marcial formación, junto a otros soldados “de verdad” llegados del cercano frente de Nules, la colocación de la primera piedra de lo que sería la futura Iglesia de San Pedro. Allí habríamos de formar con severa apostura pueril, mi primo Caragol y yo, junto al resto de los “flechas” graueros, entre los plácemes del ejército triunfante y la restablecida autoridad del clero, con Mossén Llorenç al frente. Pero todo esto estaba por llegar. Dos años largos de guerra mediaban aún entre la demolición de la antigua iglesia del Grao y la construcción de una nueva.

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