La trilogía completa

jueves, 9 de octubre de 2008

La inmigración en el Grao de Castellón (2ª entrega)



Inmigrantes de Valencia

Mi abuelo Pepet el Famós llegó al Grao en 1910. Había venido desde su Valencia natal, más concretamente del Cabañal, donde se ganaba la vida pescando al arrastre en aquellas aguas.
“La Caragola” era una “grauera”, dueña de un pareja de barcas de bou que, habiéndose quedado viuda, tuvo la necesidad de buscar a alguien que le mandara sus embarcaciones, es decir buscaba un patrón de bou. Quiso el azar que estas noticias llegaran hasta oídos de mi abuelo. Que requerían allá en Grao de Castellón un patrón para mandar una pareja de barcas de bou, por supuesto de vela, de vela latina se entiende. ¡Aquellas feraces aguas “castelloneras” envidia de los valencianos!
Mi abuelo hizo firme la decisión de ir al Grao de Castellón y, si la cosa cuajara, quedarse allí el resto de sus días.
Curiosamente, mi abuelo, al igual que “La Caragola”, también era viudo. Así que un día, él y su prole, formalizada la situación, emprendieron camino del Grao de Castellón. Ya nunca más regresarían al Cabañal.
El hecho de que tanto La Caragola como mi abuelo, Pepet El Famós, contaran con descendencia, no fue obstáculo para que formalizaran relaciones viudo y viuda...y terminaran casándose. Y, con el tiempo, también hubo uniones matrimoniales entre los hijos de una y los de otro, formando una especie de clan, donde todo giraba en torno a la pesca, pescando unos y vendiendo pescado otros. Y de esta manera afianzaron sus raíces una de las primeras sagas foráneas que prestaron y recalaron ya para siempre su linaje en el Grao.
En aquellos años comienza a afianzarse en el Grao la pesca del bou. Pronto en el Grao la aceptación de este arte de pesca se hizo común. Tanto, que en el Grao no había ni suficientes barcas, ni bastantes patrones para satisfacer las necesidades de aquellos emprendedores “graueros”. Además, otro problema añadido era la falta de rederos. El bou precisa del redero, no ya para la confección del arte sino para su posterior reparación.
A parte de mi abuelo, fueron llegando, a requerimientos de la demanda pesquera “grauera”, “Vicent de la Grilla”, El Ruc, Els Mananes, los hermanos Torra... y los rederos: el sinyo Ramon, apodado “El sastre” que estaba casado con la Pelegrina. El sinyo Ramon fue el maestro de la mayoría de los remendaors graueros de aquellos años, especialmente de los que se dedicaban al bou. Discípulos suyos y excelentes rederos todos ellos fueron Els Macarenos, Manuel y sus primos, els Rates: Tomàs El Rata y sus hijos y nietos, estos últimos todavía hoy en activo. También debemos recordar a Vicent, Pepe, Ximo, Lluïset, el Tatano...
Paralelamente a estas aportaciones humanas foráneas, los “graueros” ya habían asimilado plenamente el nuevo arte pesquero del bou y ya nos encontramos en estos albores de siglo con buenos y acreditados patrones nacidos en el Grao: Pepe y Jaume de Masses, Pepito y Miquel els Valentins, Pepet de Mateu, marido de Teresa La Pato que era dueña de una pareja de barcas veleras de bou...

De esta manera, los graueros dejaron varados en la playa ya para siempre, sus botes para pescar al volantí y al palangre de menuda, para empezar a dedicarse de lleno y, definitivamente a la pesca del arrastre.



Inmigrantes de Torreblanca

Después de la llegada de los valencianos y, atraídos por la seguridad y amparo que ofrecía el puerto, fueron viniendo al Grao de Castellón la que puede considerarse segunda gran oleada de inmigrantes: la de los torreblanquinos.
Eran éstos unos avezados y diligentes marineros, dominadores del arte del bou, el trasmallo y, diestros en el manejo de la navegación a vela.
Las mujeres también contribuían a la industria pesquera. Las mujeres torreblanquinas se dedicaban en su mayoría, a la dedicación de remendaores, tarea ésta que conocían y desempeñaban con singular maestría.
Este movimiento de gentes de Torrenostra fue un hecho que constituyó un éxodo masivo de pescadores de la playa de Torreblanca hacia el Grao de Castellón, donde echaron firmes sus raíces, y donde fueron recibidos desde un principio con los brazos abiertos; integrándose de tal modo, que fueron numerosísimas las uniones conyugales de gente de Torrenostra con gente del Grao. Yo, sin ir más lejos, estoy casado con una torreblanquina, nieta de uno de esos primeros inmigrantes que en los años treinta decidieron cambiar la precariedad e indefensión frente al mar de la playa torreblanquina, por el abrigo y seguridad que proporcionaba el flamante puerto de Castellón.
Andreu el de Manetes, que era el abuelo de mi mujer, fue uno de aquellos torreblanquinos. Junto a él también vinieron su mujer, María, y con ellos todos sus hijos: Juan Antonio, Josefina, Vicent, Facundo, Manuel y Andreu, (el padre de mi mujer, Joaquina), que era viudo, pues su esposa, Vicenta Rosa, murió en un trágico accidente de autobús camino de su Torreblanca natal cuando aún estaban ultimando las cosas para su traslado definitivo al Grao de Castellón; Vicenta Rosa murió de un golpe en la cabeza, porque no pudo protegerse del impacto, pues llevaba en brazos a su hija Joaquina, que entonces era un bebé, y que no sufrió ni un rasguño porque su madre, al sentir el choque, instintivamente se aferró a ella con su cuerpo resguardándola totalmente, y el golpe mortal se lo llevó su madre. También llegaron al Grao los hijos de éstos, todos aún niños de corta edad: Gabriel y Pepito (hijos de Josefina) y Vicentica y Joaquina (hijas de Andreu). A esta detallada descripción de la familia de mi mujer, que vinieron para nunca más volver, y cuyos hijos y nietos a duras penas tienen constancia de un pasado torreblanquino, habría que añadir muchas más. Sirva como ejemplo un “castellonero” que lo era hasta la médula y, sin embargo, fue también uno de los muchos torreblanquinos que en su momento llegaron al Grao: estoy hablando de Emilio Fabregat, personaje que ha inscrito su nombre con letras de oro en la Historia de nuestro C.D Castellón.