La trilogía completa

viernes, 28 de agosto de 2009

La guerra que vio un niño de 11 años (13ª entrega)





Nuestra casa la encontramos “ocupada”

Cuando llegamos a nuestra casa, observamos que estaba ocupada por un grupo de oficiales, con sus asistentes y sus cocineros. En total pudiera haber allí, en nuestra casa, unos treinta militares.
Nos presentamos. Por fortuna aceptaron nuestra condición de dueños. Pero claro, estábamos en guerra...y lo fundamental en estos casos es la cosa militar, y aquella vivienda estaba ofreciendo un gran servicio militar. Pero, como he dicho antes, fueron benévolos con nosotros y, consintieron alojarnos en nuestra propia casa.
La habitación de mi tío Pepet y mi tía Carmen, que era la mejor orientada, acogía ahora las dependencias de un comandante. En el cuarto de mis padres se acomodó un oficial. Las otras habitaciones estaban asimismo destinadas al resto de los militares.
No nos impidieron instalarnos allí. Podíamos tranquilamente cohabitar con ellos.
Lo malo era que no quedaban habitaciones libres. Bueno, dormiríamos en el suelo. No pusimos pegas a ello.
En el corral nos hicieron un hueco para que pudiéramos cocinar. Para ello utilizábamos nuestros propios cacharros de cocina. Los mismos que nos llevamos a la alquería.
Y así, de esta peculiar manera, pasamos los meses inmediatos a la entrada de los “nacionales” en Castellón.
Mi padre, que siempre tuvo una especial facilidad para entablar comunicación con la gente, hizo que congeniáramos con algunos de los militares allí establecidos.
Especial trato y amistad tuvimos con el cocinero. Se trataba de un jovenzuelo ameno y vivaracho. Nos contaba aquel soldado gallego que, en su Galicia natal, se dedicaba a las labores del campo, y que aquí se había convertido en un cocinero. “Cuando llegue a mi tierra no me acordaré de plantar un nabo...” “...el día que me digan que se ha acabado la guerra no me lo creeré...” nos decía con un fuerte acento gallego.