La trilogía completa

domingo, 13 de abril de 2008

Aparecen los primeros motores marinos en el Grao de Castellón

Siguiendo la evolución del Pósito de pescadores que se inicia en "la Barraca", un hecho fundamental en la historia de la pesca tienen lugar: la aparición de los motores marinos. Veamos cómo se trata este tema en el presente extracto del libro "Memorias del Grao de Castellón":





Aparecen los primeros motores marinos en el Grao de Castellón

La Barraca se consolida en esta primera década del siglo XX como lugar fijo de compra y venta de pescado.
Hay ya unas normas y estatutos que hablan de la importancia de la institución naciente.
Se ha creado, impulsado por el aumento del volumen de capturas, la figura de un personaje, el apuntaor. Es este un empleado de La Barraca que tiene la misión, como su nombre indica, de apuntar la cantidad de pescado que ha adquirido determinado comprador y anotar el precio convenido, pues aunque el precio no solía variar a lo largo de la temporada, ya empezaban a dejarse sentir ciertas fluctuaciones de mercado que en los años siguientes se harían patentes.
El primer apuntaor que hubo en el Grao fue Manolo El Cabut. Cuyo verdadero nombre era Manuel Ibáñez.
Era Manuel Ibáñez persona locuaz, y elocuentes eran sus razones y argumentos. Tanto, que pronto se le conoció entre las gentes del Grao por el apelativo de Manolo el parlaor.
La llegada de los años veinte, trajo al Grao un hito revolucionario: en el año 1925 se instala el primer motor marino.
Sin duda alguna, es este un paso determinante y definitivo para la pesca.
Todo, a partir de ahora, cobra una nueva dimensión. Por supuesto, los primeros en notarlo son los marineros.
En los días de navegación a vela, las calmas, tan temidas por su ineficacia pesquera, ya que entonces no se podía correr bou, eran no obstante, largamente aprovechadas. Y no siempre mal avenidas, por cierto, entre la marinería. El marinero, en estas premiosas y vanas horas que debe pasar sobre las quietas aguas en tanto volviera el viento, dejaba pasar el tiempo complacientemente, sin cuidado alguno, relajado contemplando el mar; echarse una siesta. Los había que se aplicaban en labores artesanales...lo cierto es que sobre cubierta, también reinaba la calma.
El motor vino a trastocar todo eso.
Ya no importaba el viento. Las barcas tenían la fuerza motriz asegurada. En otras palabras, no había a bordo momento de calma.
Tras un bol, otro. Hasta llenar la barca de pescado. Y entonces, a tierra. A vender el pescado.
Aquello era un invento extraordinario. ¡El viento artificial!. Por primera vez en la milenaria Historia de la Humanidad, el hombre ya no depende del viento para surcar con premura y solvencia los mares.
Ya no eran necesarias las parejas de bou. La fuerza del motor hacía posible que con una sola barca, convenientemente habilitadas unas portes en la boca del bou, era esto suficiente para que el bou abriera sus fauces en toda su magnitud.
Los armadores se frotaban las manos. Los duros de plata correrían a partir de ahora entre las familias “graueras”. ¡Aquello era un invento fabuloso!
La codicia que todo pescador lleva dentro, afloró en ellos en todo su esplendor. Pescaban sin parar. El viento lo tenían asegurado.
Como sea que no había horarios establecidos, las barcas podían llegar a puerto en cualquier momento del día; por eso hubo que contratar a alguien que se encargara de avisar a las compradoras del Grao de que había pescado en la Barraca.
Un jovenzuelo de trece o catorce años, Pepito, era el que se dedicaba a estos menesteres. Para ello disponía de una trompeta de latón que hacía sonar ronca y disonante un par de veces y, luego, a viva voz anunciaba:
-Peix a la Barraca!
...Y así, día tras día. Con exceso, sin medida. Despreciando al cansancio. Ebrios de trinufo.
Pepito el de la Barraca, que así era como se le conocía por aquel entonces a ese jovenzuelo que avisaba de la llegada de pescado, como más adelante veremos, fue posteriormente conocido en el Grao por el apelativo de Pepito el Subastaor .
A bordo, la vida cambió radicalmente.
Se acabaron para siempre los plácidos momentos de calma con que la Naturaleza obsequiaba al marinero de vez en cuando.
Las redes eran arrojadas al mar indefectiblemente cada dos horas, que era lo que duraba un bol. O dicho de otro modo, mientras se estaba arrastrando este par de horas los fondos marinos, había ocasión para reponer fuerzas de la mejor manera que se podía. Y ésta consistía principalmente en echarse a dormir.
En el descanso de los marineros había un rítmico martilleo del motor que les recordaba que las redes estaban faenando, y que pronto debían estar prestos a xorrar.
Los pescadores, con el fin de alargar lo más posible ese rato, en cuanto se calava, desaparecían de cubierta y acudían a sus catres. Pero mientras esto ocurría, el cocinero, escrupuloso con sus obligaciones, no dejaba de preparar los guisos. Comidas perfectamente establecidas, con su ancestral horario que ni la llegada de los motores había trastocado.
Así, era norma, a parte del almuerzo, la comida y la cena, preparar allá a las tres o las cuatro de la mañana, un suquet de morralla.
Este uso, en aquellos momentos, en verdad, resultaba fuera de lugar, pero en estos primeros años, el cocinero, ajeno a los nuevos tiempos, y fiel a la ancestral costumbre culinaria, seguía preparando a los exhaustos marineros su pertinente ración matinal de suquet de morralla.
Cuando el suquet ya humeaba en la oscuridad de la noche, y en vista de que la cubierta permanecía desierta, sin que nadie acudiera a la suculenta llamada del oloroso caldo, el cocinero, con cierta ironía, se asomaba por la escotilla del sollado donde dormían los desfallecidos pescadores, y preguntaba:

-...Que no en voleu de suc?

Furioso y rotundo silencio en el sollado. Sólo algún ronquido que más que ronquido parecía una queja, indicaba la osadía del cocinero.
Preferían una y mil veces dormir... que más falta les hacía.
Pero poco después era otra la voz que se introducía punzante y definitiva en la negra estancia donde dormían glotonamente los pescadores. Ahora era la llamada del patrón:
-Ieeeeeeeeeeee......a xorarrrrrrrr!

No existía escapatoria posible. Las redes ya debían estar repletas de pescado. Era hora de recoger las redes.
Unos hombres macilentos, tambaleantes, surgían lentamente por la escotilla, con el estómago vacío, y la boca llena de maldiciones dirigidas al inventor de aquel inclemente artilugio marino que les había robado los momentos de calma.

La Barraca se llenaba todos los días de pescado. Esto hizo que el precio del pescado, que hasta entonces prácticamente no sufría variación en toda la temporada, ahora se viera sujeto a fluctuaciones diarias. Era necesario revisar el sistema de venta del pescado. Se había de buscar otro, más ecuánime y más en razón de la demanda y la oferta.
La solución se halló en subastar el pescado. Quien más pagaba, se llevaba el producto de la pesca allí expuesto. Así de fácil. Todos estuvieron de acuerdo y a partir de entonces la subasta fue el modo de comprar el pescado en el Grao.
Tan sólo habían pasado un par de años desde que se introdujeran los motores marinos. Manolo el parlaor no podía hacer frente él sólo a la doble labor de subastar y apuntar el montante de lo comprado. Había que buscarle un ayudante. No tardaron en encontrar uno. Se trataba de Pepito el de la Barraca, cuyo verdadero nombre era Francisco Pastor, aquel muchacho que hasta ahora se dedicaba a anunciar la llegada de pescado a la Barraca.
Cada vez eran más voluminosas las capturas. La Barraca, se hizo insuficiente para subastar semejante cantidad de pescado.
Se habilitaron dos barracas más.
Una pertenecía al tio Xamussa, padre del célebre Xamussa, a quien “graueros” de varias generaciones mantienen en el recuerdo como seguro abastecedor de cacau, tramús, aigua de cebà... que despachaba hasta la década de los ochenta en su bien surtida paraeta.
Su barraca la conocíamos por el nombre de La fira. Posiblemente fuera debido a que disponía de más potente luz que las otras dos.
La tercera barraca era la de Batiste el de la nevera.
Las tres barracas se encontraban en el carrer de davant. Subastar en una u otra barraca era totalmente libre.