La trilogía completa

sábado, 8 de noviembre de 2008

La guerra que vio un niño de 11 años (1a entrega)

Preocupantes noticias en altamar

Hacía poco que habían cerrado las escuelas. Mi primo Caragol y yo, ahora libres de obligaciones académicas, nos embarcamos al llangostí , a ayudar en la faena de casa.
En aquel tiempo, mi tío Pepet y mi padre cuando llegaba el mes de mayo, como sea que empezaba la veda, dejaban de un lado el bou y se dedicaban por unos meses a la pesca del langostino.
Era esta una actividad pesquera primitiva, que tenía lugar muy cerca de la costa, a escasas dos o tres brazas de profundidad. Tan primitiva era, que se llevaba a cabo a vela. Ahí es donde yo aprendí, con mis once años, el manejo de la vela latina.
Un día del mes de julio del año 1.936, camino del Grao, llevados por el buen viento, mi primo Caragol y yo, observamos que, a bordo, mi tío Pepet y mi padre sostenían una seria conversación. La gravedad de sus rostros hizo que aguzáramos el oído y nos acercáramos a ellos por tratar de ver cuál era el motivo de aquella preocupación que se adivinaba en sus semblantes.
Sí, realmente había desazón y abatimiento en sus miradas.
Hablaban de un señor llamado Calvo Sotelo, que lo habían asesinado; que mi padre lo había leído en un periódico. Que allí en el periódico se hablaba de una posible revolución que “sería como la Revolución Francesa” según apostillaba mi padre. Que se preparaba una conflagración nacional. Que el ejército estaba en pie de guerra...
Cuando oímos aquella palabra, nuestra mirada se dirigió inquisitiva hacia los dos interlocutores. Fue del todo inútil pedir aclaraciones de lo que estaban hablando, porque nosotros éramos tan sólo unos niños, incapaces de entender la magnitud del conflicto que parecía inminente. Y la verdad es que no insistimos más. Nuestra mente pronto se relajó, y volvimos a la realidad infantil, más preocupada por ver si llegábamos pronto a tierra para ir a bañarnos a la playa, que por los extraños líos que parecían envolver a las personas adultas.

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