La trilogía completa

lunes, 9 de febrero de 2009

La guerra que vio un niño de 11 años (7a entrega)

La vida transcurre en el bando republicano
Huellas de la Guerra Civil en el puerto del Grao de Castellón. Año 1937


Después del desconcierto inicial, los vecinos del Grao fuimos tomando conciencia de nuestra condición de beligerantes.
Habíamos quedado integrados en el grupo de los “leales a la República”.
Alguien, un tal Franco, se había sublevado contra la República, por eso se comentaba que él había sido quien había provocado la Guerra. También se comentaba que si los alemanes y los italianos eran aliados del tal Franco que, también eran fascistas como él. Por eso los aviones que nos bombardeaban, los “junkers”, eran alemanes, porque ayudaban a Franco. Empecé a oír los nombres de un alemán llamado Hitler y, un italiano al que llamaban Mussolini.
Pero por el contrario, resultó que los republicanos, es decir, nosotros, éramos amigos de los rusos. De los comunistas. Mira tú por donde, de la noche a la mañana, la gente del Grao de Castellón había entablado amistad con los rusos. Y de ellos habíamos tomado el uso y maneras del régimen comunista.
Un régimen, que a juzgar por los primeros indicios, estaba llamado a ser el mejor y más a propósito de todos los regímenes políticos.
“Todos iguales, ni ricos ni pobres”. “Todo es de todos, nadie tiene más que nadie” “se han acabado los dueños”...aquellas sentencias que yo oía comentar a la gente mayor, la verdad es que, aunque extrañas, sonaban bien.
Las empresas privadas pasaron a manos del Gobierno. Eran requisadas. Unas por motivos de Guerra, otras para el bien común.
Recuerdo que los autobuses de Soler cambiaron de dueño. Ahora eran del Gobierno. Algunas barcas fueron requisadas para el abastecimiento de pescado. La barca de tio Favorito fue destinada a labores de rastreo. Era esta una misión que conllevaba cierto peligro pues, consistía en rastrear el fondo marino en busca de minas. Muchos coches que antes eran propiedad de vecinos del Grao, pasaban por las calles del Grao conducidos por unos extraños personajes a los que no habíamos visto en nuestra vida. Los talleres, ahora eran regentados por gente ajena. Individuos que habían salido de no se sabía dónde y que se mostraban arrogantes y seguros en su puesto allí en el taller. Pero si no había dueños, de dónde venía aquel gesto hostil del regente del taller que nos negaba la entrada. ¿Pero no era todo de todos?. El tio Fabada, cuando él era el dueño del taller, antes de aquello del comunismo, no nos ponía pegas y, ahora, todo eran impedimentos.
Mi padre decía que no sólo es que han cambiado de dueño las empresas, es que ahora, en vez de un dueño cada empresa tenía muchos dueños. Bueno, ¡pero esto no era lo que en un principio se decía!. Si la propiedad privada había quedado abolida ¿por qué había individuos que se habían hecho los amos de ciertas empresas?. Algo parecía no ir del todo bien en aquel comunismo.
Otra de las características de aquel nuevo régimen era su maniático recelo por lo religioso. ¡Se prohibió la religión! Los curas y monjas desaparecieron, muchos fueron fusilados... algunos salvaron la piel escondiéndose.
Debido a ese feroz anticlericalismo se suprimieron todas las celebraciones y fiestas de carácter religioso.
Así, recuerdo que, eliminado el día de Reyes, se creyó conveniente destinar el primero de mayo como día señalado para que los niños recibieran regalos en forma de juguetes. Eran presentes que el Estado tenía a bien gratificar a los niños. Los padres ni ponían ni quitaban en aquel evento.
Nosotros, los niños de aquella época, pasado infructuosamente la festividad de “Reyes” por imperativo legal, esperábamos ansiosos e ilusionados ese nuevo invento del naciente comunismo. Sería el uno de mayo que, según se decía, era fiesta más oportuna. ¡Era la fiesta de los trabajadores!.
Aquel primero de mayo de 1937 los chavales del Grao nos levantamos con la mente puesta en la escuela que entonces había situada en donde hoy se levanta la escuela “Sebastián Elcano”.
Allí debíamos acudir, porque allí, a estas tempranas horas, ya deberían estar expuestos todos los juguetes que el Estado, graciosamente, había dispuesto para los niños del Grao.
Efectivamente. Las inmediaciones de la escuela aparecían repletas de gente menuda. Niños y niñas se apresuraban a formar filas. No era problema ir delante o detrás en la fila, había para todos. Estábamos en un régimen comunista. Todos iguales. Yo, tranquilamente me incorporé lleno de ilusión en una fila.
La atención de los que íbamos en la hilera, era mirar a los que salían con el juguete en la mano.
Los había que se pavoneaban delante de nosotros con una reluciente bicicleta. ¡Qué suerte! La envidia y la esperanza casi nos dejaba sin palabras para el comentario. ¡Mira que si me tocara una de esas bicicletas, aunque fuera aquella otra más pequeña...! Había un chiquillo que, ufano y feliz, se paseaba con una maquinilla de hacer cine...
Bueno, casi me daba igual. Lo que fuera. Porque los regalos a la vista estaba, eran todos apetecibles.
Por fin llegó el momento. Entré en la habitación donde se guardaban los juguetes. ¡Aquello era un derroche! ¡lleno a rebosar de toda clase de juguetes!
No me dio tiempo a embriagarme ni de deseo ni de ilusión, porque aún no había entrado, ya me habían puesto en la mano un pequeña pelotita de goma, y me invitaban a pasar por la otra puerta, que era la puerta que daba a la calle.
Cuando fui a darme cuenta ya había pasado todo.
En la calle, con mi pelotita todavía en la mano, sólo me acudió un pensamiento. ¡Qué mala suerte había tenido aquel año! ¡A ver si el próximo año tenía mejor fortuna!



1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante. Una guerra vista desde la cabeza de un niño es muy esclarecedor. Un abrazo.