La trilogía completa

martes, 26 de febrero de 2008

El puerto del Grao de Castellón

Cuando yo era pequeño, hace casi cincuenta años de esto, recuerdo que muchas veces, paseando por el puerto, al ver las continuas obras que en él había, le preguntaba a mi padre que cuándo se acabarían. Cuándo terminarían de arreglar el puerto. Y el me contestaba sin inmutarse, yo cuando era pequeño también le hacía esta misma pregunta a mi padre...
Y hoy, mi hija, también me hace la misma pregunta... y es que el puerto del Grao de Castellón no ha dejado de ampliarse nunca, por eso es bueno dejar un rincón a la nostalgia y pensar qué fue de aquel primigenio puerto que hoy ya es historia... Durante muchos años esta piedra con la placa
en honor a quien iniciara las obras del puerto
en el año 1893 José Serrano Lloveras estuvo
situada a la entrada del puerto mercante.


Año 2002, obras de ampliación del puerto


Extracto del libro "Memorias del Grao de Castellón":

El Grao de Castellón antes del puerto

Si miramos atrás en el tiempo, veremos que es ancestral en el Grao de Castellón el uso o costumbre de la pesca.
Existen referencias de ello ya en épocas prerrománicas. Hay también abundantes vestigios en el período de la dominación romana. En tiempos de la conquista árabe y, desde la Reconquista del Rei En Jaume, hasta el siglo XIX, son constantes las alusiones al ejercicio de la pesca por las gentes de Castellón que, se acercan al Grao a efectuar sus capturas. O sea, que podemos afirmar que en el Grao de Castellón se ha pescado “desde siempre”.
Nunca, fueran de la condición que fueran los habitantes de Castellón, resistieron la tentación de acercarse al graó para servirse de la mar.
Ya quedó dicho en otro capítulo que no es sino a principios del siglo XIX que el Grao comienza a ser lugar de residencia fija de los castellonenses que se dedican a la pesca.
Estos primeros castellonenses “graueros”, que ya se dedican exclusivamente al ejercicio de la pesca, montan sus barracas frente a la playa.
No hay puerto. Hay una generosa playa de fina arena que se prolonga larga y fértil hacia el Norte, hasta Benicàssim; y hacia el Sur, hasta alcanzar Almassora.
Todo es excesivo a los ojos del pescador castellonero que ha instalado su barraca frente al mar: inmenso mar que llega a perderse en el horizonte, donde no hay límites. Y el pescador, que se enfrenta a toda esta salvaje y virgen majestuosidad marina con el sólo concurso de un pequeño bote a remos. Esto proporciona al visitante un cuadro simple y conciso: barracas alineadas con la vista fija en el mar y, a escasos metros, unos botes varados sobre la arena.
Son las viviendas y las embarcaciones de los marineros del Grao.
Cada una de estas barcas de pesca pertenece a una familia. El padre es el patrón y sus hijos varones constituyen la tripulación.
Cuando se hacen a la mar, la barca es llevaba a fuerza de brazos hasta la orilla. Una vez allí, la barca siente sobre su oronda panza la libertad de las olas de la playa y, alegre y saltarina, cobra vida. Los marineros con gesto ágil suben a bordo y, cada uno a un remo, ponen rumbo hacia el caladero, que no está lejos de la costa.
Las modalidades de pesca que se utilizan son el palangrillo de menuda y el volantí.

Ambas, son artes basadas en el uso del anzuelo.
El palangrillo consistía en una cuerda (la mare) que era de cáñamo, a la que se han atado unos hilos (cametes) confeccionados con pèl de cuc y pèl de cua de cavall, en cuyo extremo hay un anzuelo; la parte que está atada a la cuerda mare es de color negro ya que está hecha de cua de cavall, el resto hasta llegar al anzuelo, presenta un color semitransparente, es el pèl de cuc.
El volantí se reduce a un fruixa (un trozo de corcho en donde se han enrollado unas decenas de metros de hilo de pél de cuc) rematados por dos o tres anzuelos.
El cebo primordial en aquellos años es la gamba, la gamba de acequia.
Son los propios pescadores quienes se abastecen de estos pequeños crustáceos que habitan las numerosísimas acequias del marjal. Se sirven para ello de unos gamberos hecho a propósito por ellos mismos.
Si alguna vez sobraba gamba, no se tiraba, la freirían para la cena.
Desde un principio, los pescadores tuvieron cuidado de buscar para sus aparejos con anzuelo, hilos que cumplieran dos condiciones: que fueran fuertes y prudentemente vistosos, para que el pez aceptara el engaño con mayor claridad y eficacia.
Estos requisitos los cumplía plenamente el pèl de cuc. El pèl de cuc no es otra cosa que las tripas del gusano de seda que, artesanalmente tratadas, adquirían forma de hebra recia y fina. Justo lo que requería el pescador.
Debo advertir que la elaboración del pèl de cuc nunca fue propia del Grao de Castellón. Els pèldecuquers (los hombres que vendían el pèl de cuc) aparecían periódicamente por las calles del Grao y paseábanse con una gavilla de sedales de un par de metros cada trozo bajo el brazo, y al grito de “¡pel de cuc, pel de cuc!” (pronunciado así, con la “e” cerrada), nos advertía de su presencia.
Era gente castellanoparlante que, según se decía, llegaba desde Murcia. Ataviado con chaleco y sombrero de paja a la guisa labradora, recorría el Grao el pèldecuquer abasteciendo de pèl de cuc a los pescadores. Por otra parte, ésta era la única forma de conseguirlo.
Cuando el pescador efectuaba una compra -que se hacía a peso, por onzas-, se encontraba que había adquirido un montón de filamentos que ahora, con la paciencia propia del marinero en tierra que es muy diferente de la que demuestra cuando está en el mar; sentado en suelo, a la puerta de su casa, premiosa y diligentemente, se dedica a unir los hilos con certeros y concluyentes nudos, hasta lograr un uniforme sedal listo para echarse a la mar.
Esta industria, la del pèl de cuc, sufrió un definitivo declive en la primera mitad de los años sesenta, en pleno siglo XX, cuando el artificial nylon se hizo común entre las gentes del Grao.
El rall es otro de los artes que se usan en aquellos días. Es un modo de pesca “menor”. El fruto de su pesca no es sino anecdótico, y no da más que para, como se hace en la pesca con caña, alardear de pesquera, o, en los tiempos que nos ocupan, contribuir con unas cuantas perras gordas a mejorar la economía familiar.
El rall, como la pesca con caña, siempre, incluso hoy, ha sido una “pesca de afición”, o de recreo. Es decir, que siempre ha sido practicada por aquellos que, terminada su tarea, han tenido a bien coger el rall y probar fortuna.
Este arte consiste en una red circular de hasta 3 metros de diámetro, cuyo borde extremo va provisto de plomos, y de cuyo centro sale un cabo (una cuerda). Se utiliza por una sola persona que, agazapada en la orilla de la playa, con agua hasta las rodillas o, incluso hasta más allá de la cintura, y, en alto, el aparejo listo para ser lanzado, con lentos y cuidados movimientos, observa las claras aguas. Cuando avista algún ejemplar o un pequeño banco de peces que merezca la pena, lanza el rall. Entonces se dibuja en el aire un círculo sinuoso que cae en el agua dejando una estela circular. Hay unos momentos de sepulcral silencio. Y el rallaor, con pericia y suma delicadeza, tira hacia sí de la cuerda. El rall se va cerrando y copando a los infortunados peces. Esto debe hacerse con sentido y esmero, si no, la pesca resultaría infructuosa. Y este pequeño detalle es el que distingue a los buenos rallaors de los simplemente, aficionados.
Las lisas son la especie más capturada en el rall y, en alguna feliz ocasión, la lubinas.
El rall siempre ha tenido una confección artesanal.
En el Grao de antaño y, hasta finales de los años setenta, era entrañablemente habitual, la figura del “grauero”, o “grauera” , que se dedica a tejer redes en su domicilio.
En la calle, pacientemente sentado en una silla a la puerta de su casa, y enfrente otra silla vuelta del revés que le sirve para colocar la red, aquellos hombres y mujeres pasaban horas y horas conversando en silencio con aquel entramado ocre y filamentoso que constituían las redes. Una aguja de madera, un trozo de caña, o alguna pequeña madera rectangular, que constituye la medida, son su sencillo instrumental. Y de allí, poco a poco van dando forma a lo que luego será un rall, o un gambero, o una fila de peces (redes utilizadas para el trasmallo).
Hoy esto ha desaparecido. En el Grao de Castellón ya no hay personas sentadas en la puerta de su casa que se aplican en la confección de redes.
Hoy, el pescador, cuando necesita un arte, sea cual sea, no tiene más que hacer un pedido. Se busca en la guía telefónica una casa comercial que más o menos oferte lo que uno necesita y ya está. La persona que hay al otro lado del teléfono, de forma diligente y profesional tomará nota de cuanto se le pida. Puntualmente el pescador será servido en los términos acordados.
¡Que distinto la impersonal frialdad de ahora, a los modos de antes! ¡tan artesanales!... ¡tan humanos!
En el Grao de Castellón ha habido muy buenos rallaors. Los que pasarán a la historia “grauera” por su habilidad con el rall serán: Els germans Calicanto, Espoló, Nobiles, Blai, Curro, Torrent, El Rubio, El sinyo Malpollastre, Els Callaques, Tomàs El Vigilant y su hijos Tomàs y Guillermo.

Con tan elementales argumentos se hacían a la mar cada día los “graueros” del primer tercio del siglo XIX.
Cuando a mediodía volvían a la playa con el producto de la pesca, la desembarcaban, y la mujer del pescador y sus hijas eran las que se encargaban de venderla en el propio Grao.
Con la cesta a la cadera, llena con toda una amalgama de peces costaneros, iba pregonando a viva voz por las calles de la vila:

- ...Peix fresc! ... esparrallons...donzelles...bogues...mabres...!

Los vecinos del Grao conocían bien aquella cantinela, y en cuanto la oían salían a la compra de pescado fresco. Allí, frente a la puerta de la casa del comprador, tenía lugar la mercantil operación. Un puñado de peces, recién pescados, a cambio de medio real. El precio no variaba nunca.
Y así, casi una a una, las vendedoras, iban recorriendo las viviendas del Grao, hasta que se agotaban las existencias.
A veces, si la embarcación había llegado tarde, podía darse el caso de que ya otras barcas habían surtido de pescado a la totalidad de los habitantes “graueros”. No quedaba más remedio que buscar otros mercados. Y esto es lo que se hacía. El más cercano era Castellón. Sin ningún problema, sin prisa, y con apenas un asomo de resignación en sus rostros, aquellas mujeres, cargadas con cestas repletas de pescado recién capturado, a pie, emprendían rumbo a Castellón por el “Camino Viejo del Mar”. Problema resuelto. Gasto adicional, ninguno.
(en próximos posts continuaremos con esta historia del puerto del Grao de Castellón)

1 comentario:

Castellón Opina dijo...
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