La trilogía completa

lunes, 28 de enero de 2008

Cae la noche sobre "L'Illa"

El "Mascarat" desde el faro de "L'Illa"
Dentro del capítulo IV del libro "Memorias del Grao de Castellón" está "una fosca en l'IIla" que cuenta los avatares de los grupos de esforzados marineros que se pasaban toda la fosca en esos insulares pasajes. De aquellos momentos he querido rescatar éste: Cae la noche sobre "L'Illa"


Extracto del libro "Memorias del Grao de Castellón"


"Tras la comida, el marinero gustaba de dedicarse al relajante ejercicio de la siesta. El cuerpo lo agradecía, pues si aquella pasada noche había sido fructífera, los trabajos se habían prolongado hasta bien entrada la mañana.

A media tarde, después de la siesta solía llegar la enviada.

Ya estábamos otra vez todos. Dispuestos a pasar otra noche de pesca.

En tanto llegara la noche, en estas horas vagas y yermas, el tedio se apodera de la vida del marinero.

Nada que hacer. Tranquilidad exasperante sobre cubierta.

Cada cual combatía estos momentos a su manera. Los había que se dedicaban a la lectura de aquellas novelitas tan afamadas entonces del prolífico autor Lafuente Estefanía, o a las aventuras de El Coyote de José Mallorquí. Había quien se dedicaba a construir barquitas con algunas maderas que había encontrado en ele puerto y que se había traído consigo; otros jugaban a las cartas; había quienes se entregaban a gratificantes y apasionadas charlas... otros, sencillamente, dejaban pasar el tiempo...

Y el tiempo, implacable, poco a poco iba comiéndose el día. Lánguidamente, pero con atroz decisión, la noche nacía de entre las luces diurnas. El sol se arrinconaba engullido por las montañas hasta desaparecer, no sin antes lanzar un estallido fugaz de mortecina luz rojiza que manchaba el cielo vespertino. El mar, en estas horas crepusculares aún conservará un refulgente color dorado. Es un fulgor efímero sobre las aguas del mar que las olas mecen cansinamente y que va cambiando y perdiendo consistencia a ojos vista.

La luz se hace penumbra.

Las gaviotas vuelven a estas horas a sus peñascos favoritos. Y desde allí, arropadas por las primeras luces de la noche, imperiosas, dominadoras, lanzan claro y fuerte su grito nocturno: "aguá, agua, aguá..."

Y el marinero, que ya percibía la llegada de la noche, oyendo aquel inquietante y lapidario alarido de las gaviotas, sin saber por qué, se estremecía y, como guiado por un extraño poder, se recogía a sus aposentos nocturnos, a la espera de que se le avisase en medio de la noche que había sardinas a la vista. La jornada se había terminado.

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