La trilogía completa

miércoles, 7 de marzo de 2007

La educación en tiempos de la República en el Grao de Castellón

Valga el presente extracto de la obra "Memorias del Grao de Castellón", como significativo apunte de lo que fue la Educación en tiempos de la II República. Fueron aquéllos unos años convulsos, teñidos de una clara vocación revolucionaria. Una revolución entendida como un desenfrenado afán de cambiar de una vez por todas las anquilosadas estructuras del Antiguo Régimen.
La República nació al socaire de una situación social insostenible para la mayor parte de los ciudadanos, que literalmente pasaban hambre, y anacrónica para cientos de intelectuales que habían bebido de las fuentes revolucionarias francesas y los posteriores brotes revolucionarios decimonónicos de tinte liberal. En España, por motivos que se me antojan demasiado prolijos de enumerar ahora, estos hechos pasaron de puntillas y sin hacer demasiado ruido. Y la sociedad española siguió viviendo casi como en la Edad Media (porque, repito, las revoluciones europeas no hicieron mella en España) pero había en España una significativa superestructura formada por intelectuales y militares liberales de tendencias ilustradas y revolucionarias que callados, en la sombra (y muy frecuentemente en el exilio) esperaban su momento. Y no es que no lo intentaran a base de pronunciamientos. Total, que pasó el siglo XIX y aquí no pasó nada. Y llegó el siglo XX (con un breve paréntesis: el trienio liberal del 1920 al 1923) y los intelectuales veían pasar la historia sin que la deseada revolución tuviera visos de aparecer en el horizonte.
Así se llegó al 14 de abril de 1931, cuando por aclamación quedó proclamada la República. La marcha de Alfonso XIII fue vista por todos como una puerta que se abría a la modernidad (y al remedio de todos los males). El camino para comenzar lo que tanto tiempo hacía que estaban deseando iniciar se abrió de un portazo. Y de golpe empezó todo. Todo lo que había tenido que empezar hacía más de un siglo. Y se quiso condensar toda una centuria en un par de años. De manera que aquellas ansias revolucionarias, pero con toda la legalidad del mundo (ya es extraño que una revolución se haga desde el gobierno), hicieron que brotaran como cañonazos desde los ministerios leyes para una España nueva (fruto de la revolución pendiente que ahora se estaba llevando a cabo). Uno de ellos, el de Educación, fue particularmente lúcido. Se incrementaron de forma, como nunca se hizo, los presupuestos para Educación, construyendo escuelas, preparando maestros, escolarizando... en fin, que también la ideología revolucionaria (liberal) llegó a la escuela. Y además se llevó a cabo. Sólo la guerra fue capaz de borrar de un plumazo los logros que se alcanzaron durante el quinquenio republicano.
Mi padre fue uno de aquellos niños que fueron a una escuela republicana. A una de aquellas escuelas alentadas por aquel aire renovador de la República; una escuela unitaria dirigida por un maestro republicano plenamente empapado de las ideas liberales de aquel entonces. Un maestro que quería convertir a sus alumnos en personas felices, instruidas y amantes de la Naturaleza.
Y mi padre me contaba y no acababa, viendo la educación que recibía yo (eran los años sesenta, en una escuela franquista) y comparaba con la escuela suya, la de "Don Eduardo". Y me decía que eran otros tiempos, y otras penurias (la economía no fue tan boyante como la educación en las República, por falta de tiempo posiblemente), pero que, con todo, los modos de su maestro superaban en modernidad, por lo liberal, a los de mis maestros. Y yo le escuchaba embobado, idealizando a aquel maestro (que yo quería ser algún día y que sin duda guió mi vocación) que tanto les enseñó a vivir y a amar la naturaleza y la libertad.
Por eso, cuando mi padre, allá a mediados de los años noventa quiso escribir sus memorias, yo le insté a que no se olvidara de su maestro, del mítico "Don Eduardo", y me hizo caso. Leí con fervor y admiración las cuatro páginas manuscritas que me pasó para que se las redactara, y quedaron como sigue:


Extracto del libro "Memorias del Grao de Castellón"

Don Eduardo Montoliu Moliner fue mi maestro.
No tuve otro maestro. La Guerra lo impidió. Por eso, cuando pienso en mis tiernos tiempos de pupitres, de tinta, de lecciones de Aritmética, de Gramática...de inocencia...sólo la figura recia de un maestro acude a mi mente: Don Eduardo Montoliu. Mi maestro.
Don Eduardo había nacido en Sueras. Llegó al Grao de Castellón mediados los años veinte como maestro de la Escuela del Pósito.
En aquel tiempo había en el Grao dos escuelas. Una que era la Escuela Estatal, y otra, la del Pósito de Pescadores que era donde íbamos los hijos, que no las hijas, de los pescadores; las hijas de los pescadores, por razones que desconozco, debían asistir a la Escuela Estatal.
Don Eduardo era por aquellos años un joven vital y apuesto. Moderno y original. De mente inquieta y abierta.
A nosotros nos tenía asombrados la sapiencia de aquel hombre.
Además de maestro era músico. Tocaba la guitarra con gracia y acierto. Y a veces, nos daba clases de solfeo.

La Escuela del Pósito estaba situada en el mismo lugar donde actualmente está la Casa del Mar. Ocupaba la escuela justamente lo que ahora constituye la entrada principal del Ambulatorio.
Era un caserón austero, largo y estrecho, sin más ventilación que la puerta de la calle y un pequeño ventanuco que miraba al mar.
Allí daba las clases Don Eduardo.
Era una clase donde había niños de todas las edades. Desde pequeñuelos que empezaban con sus primeras letras, hasta mozalbetes que ya dejaban asomar en su rostro y piernas claros signos de hombría.
Solía empezar aquel buen maestro las enseñanzas diarias con la clase de limpieza. Según íbamos llegando a la escuela, nos echaba una ojeada. Los que no llevaban zapatos, eran reprendidos prontamente:

-Pero...¿Es que en el Grao no venden alpargatas?- se quejaba el pundonoroso maestro.

Luego la emprendía con los que venían sin hacerse el pelo. Un manojo de rebeldes cabellos enredados aparecía bajo la boina sucia y desgastada. Ante la atónita mirada del despeinado chicuelo, trataba de enmendar en la medida de lo posible Don Eduardo aquel anárquico peinado y, armado de un fuerte peine sostenía una incruenta, pero dura lucha contra la rígida disposición capilar de la criatura.
Tras esto, había que ir mostrándole las manos al maestro. Los que no superaban esta revista debían pasar a un cuartito anejo. Allí venía Don Eduardo y, tomando un informe y desgastado jabón de “lagarto”, procedía, agua y jabón, a devolver a la piel su color natural, operación que no siempre se saldaba de forma satisfactoria pues, algunos había que, después de un tiempo sin venir a la escuela se presentaba no en las mejores condiciones higiénicas y, por eso, no había bastante con una sesión de limpieza.
Y ya tras esto, cada uno acomodado en su pupitre, paseaba la vista Don Eduardo por la clase:

-¿Dónde están los que faltan?

Este era otro de los caballos de batalla de nuestro maestro. No es que se empeñaba en que viniéramos con calzado a la escuela, peinados y lavados, es que encima se proponía que acudiéramos todos los días a clase...
Normalmente, una media docena de niños no venían a clase. A veces, sin ninguna justificación. Otras con la debida autorización paterna. Era cuando la pesca entraba en alguna época determinada en la que la ayuda de los hijos se hacía necesaria. Cuando esto último sucedía, surgía apagada, de entre los niños la vocecita del hermano pequeño:

-Mi hermano no vendrà que se ha embarcado al “tiret”, a la pesca del langostino. Me ha dicho mi padre que cuando se acabe la temporada volverá..

Un día, sin previo aviso, se presentaba en clase, despistado, pero como si tal cosa, el referido hermano; se sentaba...y con total naturalidad reprendía las lecciones aquel chaval que aún no había cumplido los diez o doce años.

La verdad que, en aquellos años, era demasiado común, “fer xifra”, o sea faltar a la escuela sin que lo supieran los padres. Y pasábamos el día deambulando por el marjal...o por la playa.
No puedo evitar que me acuda a la memoria mi primo El Roig. Yo siempre le he admirado. Era una persona inteligente y artista. Tenía tal facilidad para las matemáticas, que no temía perderse las clases haciendo xifra. Luego, cuando le daba por acudir a la escuela, en dos días se ponía al corriente como el primero.
Pero El Roig, como su hermano El Moreno, tenían un talento natural que les hacía salirse de la norma. Montarse su mundo. Ser, como decía su padre, mi tío Pepet, un poco “Quijotes”. Por eso, por esa necesidad de desarrollar su talento, El Roig, por su cuenta y riesgo, cuando lo creía conveniente, se iba a la playa, solo, y sobre la mojada arena se ponía a dibujar. Preciosas grafías, que remataba con “hecho por Senent”.
Don Eduardo le llamaba “dibujante de playas”.

Mi maestro se anticipó a su tiempo. Cosas que en aquellos lejanos tiempos parecían burdas actividades sin sentido, hoy se contemplan como muy principales en los programas educativos.
La música, la higiene...la Naturaleza.
Aún conservo bien aprendidas aquellas sabias lecciones. El amor a la Naturaleza. Al aire libre, a lo natural.
Cuando Don Eduardo nos hablaba de ello, yo recuerdo que siempre miraba con afectación al fondo de la clase, a la busqueda de un tímido rayo de sol marino que se colara por la tímida y exigua ventana que remataba la clase.
Pero Don Eduardo, gran amante de la Naturaleza, no se conformaba con sus peroratas. Los jueves por la tarde nos llevaba a la playa, a “respirar el aire perfumado del yodo del mar”.

Llegó la Guerra. Y todos envejecimos de golpe. Se acabó la escuela. Ya jamás supe de mi maestro. Me dijeron que se dejó el oficio de maestro, que estaba en Sueras, su pueblo, donde se había hecho con un pequeño ganado de ovejas... casi estuve a punto de llorar.
Aquel maestro bueno había sido víctima de la Guerra. Ya nunca más le dejaron ejercer su profesión.
Pero yo sé que él acabó siendo feliz, porque en Sueras, acabó sus días junto a lo que él tanto quería y amaba, la Naturaleza.

...Aquellos modos y maneras de enseñar de Don Eduardo siguen vivos en nosotros, en todos los que tuvimos la suerte de tenerle como maestro, por eso, no podemos más que decirle desde el Grao de Castellón: “Don Eduardo, nunca te olvidaremos”.

5 comentarios:

Gemma dijo...

Para muestra...por si no lo sabes, eres uno de los maestros más queridos por sus alumnos en este Instituto, por algo será... Recomiendo la película "La lengua de las mariposas" para ilustrar este maravilloso artículo.

Miguel dijo...

Gracias Gemma por tu comentario. La verdad es que la película que tú mencionas refleja toda la amargura de aquel que quiere tranmitir (enseñar) inquietudes, sabiduría...y por qué no ideas, y de golpe la relidad se le echa encima y queda todo en nada. Sí, Gemma has comprendido el sentido del artículo. "Don Eduardo" sigue vivo. Porque hay muchas maneras de vivir. Pero quiero ser optimista (que lo soy); y por eso permíteme que termine con una cita de Calderón, que resume en dos letras lo que pensamos. (Cito de memoria) "Al rey la hacienda se ha de dar, pero el alma es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios"

Anónimo dijo...

Hola,soi del Grao hijo de una familia totalmente marinera y Grauera.
No he podido vivir esos tiempos,pero me los han reflejado muy bien gracias a historias de mis abuelos,tios etc.
Daria lo que fuese por volver años atras y ver el verdadero Grao,y no el Grao de ahora con Casino,Central Termica etc.
Aveces me paro a pensar y no todo a canviado tanto,nuestra convivencia es diferente a la de los demas,y seguimos cultivando nuestras tradiciones en las que puedes recordar viejos tiempos.
Un saludo.
y espero una respuesta

Miguel dijo...

Me alegra que todavía hoy, con todo lo cosmopólita que es el Grao, aún haya "graueros" de "soca", de "los de toda la vida" y si además muestran esa sensibilidad como "el joven grauero" al que tengo que agradecerle su comentario, aún me alegro más. Gracias otra vez, y sigue así. El Grao necesita personas como tú.
Un saludo.

Unknown dijo...

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