La trilogía completa

domingo, 4 de octubre de 2009

La guerra que vio un niño de 11 años. "Un moro reza en els llavaors"


Un moro reza en “els llavaors”

Veníamos mi madre y yo de una alquería cerca del “pontet”. Habíamos ido a “baratar” pescado por verdura; y ya de regreso a casa, al pasar frente als llavaors, advertimos la presencia de dos moros. Uno permanecía de pie. Su chilaba, pletórica y arrogante, al viento. El fusil, firme sobre el hombro. Seria y grave su morena tez. El otro estaba arrodillado. La cabeza inclinada hasta casi alcanzar el suelo. Parecía efectuar unas rituales abluciones. Levantaba un tanto la cabeza y volvía a encogerla junto al suelo con parsimonioso ritmo. Sin duda alguna estaba rezando.
Nos paramos a escasos metros de ellos. Permanecimos unos instantes observando aquella extraña escena y, cuando ya empezaba a sentirme incómodo por la inquietante presencia de aquellos dos soldados magrebíes, mi madre, ante mi estupor, me dijo:

-Vaig a preguntar-li a vore que estan fent...

No me pareció aquello lo más prudente, pero mi madre estaba resuelta a entablar conversación con ellos. Yo, un tanto aturdido, le seguí.

-Paisa, paisa...- dijo dirigiéndose al que permanecía de pie.

El moro que estaba arrodillado, cuando nos vio, se nos quedó mirando. Los ojos rojos, su cara inundada en lágrimas. Y sin esperar a que le preguntáramos, nos dijo con voz entrecortada:

-Mi primo, morir aquí... – decía esto señalando el suelo sobre el que estaba orando.

Comprendimos que allí, en aquel lugar donde, efectivamente, aún estaba la tierra fresca, aquellos dos moros acababan de dar sepultura a un ser humano.
El magrebí prosiguió su lamento:

-Mi primo morir aquí – repitió – y ahora... nacer allí – dijo señalando un lugar indeterminado en el cielo.

Después de unos segundos de ensimismamiento mirando al infinito azul del cielo, el consternado moro volvió a sus abluciones, dando así por terminada la conversación.
Nosotros, un tanto contagiados por la aflicción de aquel hombre, seguimos nuestro camino.
Todavía hoy, los huesos de aquel infortunado soldado magrebí permanecen enterrados frente a los que un día fue els llavaors.

2 comentarios:

Franziska dijo...

Es un hermoso y emocionante relato. No puedo dejar de estremecerme ante el hecho. La muerte sorprende siempre aún en el caso en el que se esté tan cerca de ella como era una situación de guerra. Los recuerdos que nunca se olvidan están hechos de verdades en la vida del hombre, de todos los hombres. Desgraciadamente, las guerras las organizan los poderosos pero las padecen y las pelean las gentes del pueblo que no suelen tener nada más valioso que su propia vida. Vida que se ha de entregar a una lucha sin sentido, se quiera o no se quiera.

He querido dejarte un comentario en tu página sobre la sardina y el fanal. Esta vez he tenido que dejarlo por imposible. Mi atención hoy no estaba para adentrarse en un texto que no termino de entender. Sin embargo, el del relato ha sido fácil.

Saludos cordiales.

Amig@mi@ dijo...

Bonito relato que podría haber sido real.
Se me escapa el por qué de las guerras.
Un saludo

(Me paseé por tus múltiples blogs, ¿Como puedes abarcar tanto?)