La trilogía completa

miércoles, 15 de julio de 2009

La guerra que vio un niño de 11 años (12ª entrega)


De vuelta al Grao

Todavía quisimos permanecer un día más en la alquería, aún teníamos cierto reparo en volver al Grao. Creímos prudente esperar a que se estabilizase la nueva situación.
Pero aquello estaba claro. Debíamos ir al Grao. Ya todo había pasado. Y eso hicimos.
Según íbamos acercándonos al centro urbano nos percatábamos de que estábamos viviendo un profundo cambio.
Los caminos no sólo aparecían llenos de soldados con distinto uniforme al que estábamos ya acostumbrados, sino que pululaban unos extrañísimos personajes - que después supe que eran moros -, vestidos de chilaba, que para nosotros eran algo tan novedoso como exótico.
Pasábamos junto a ellos, nos miraban, y no decían nada. Ellos iban a lo suyo.
Y nosotros a lo nuestro, de regreso a nuestra casa. A nuestro Grao.
Cuando llegamos, me dio un vuelco el corazón. Pero...¿Qué había pasado allí? Parecía como si un huracán hubiera asolado las calles del Grao.
Las casas, una por una, fueron saqueadas.
Las cerraduras, forzadas; las puertas, abiertas; su interior, vacío. Todo cuanto en ellas había, se amontonaba ahora junto a la puerta: mesas, sillas, camas, sábanas, ropas, papeles, documentos, fotografías... todo descansaba allí en perfecto desorden. Tan fuera de su sitio. En plena calle. A merced de quien pudiera pasar.
Delante de la escuela que había en la calle Sebastián Elcano, que ya a estas horas quedó convertida en un hospital, vi multitud de libros, libretas, paquetes de tiza...
No pude resistir la tentación de acercarme a ver. Encontré un libro de problemas que llamó mi atención. Y lo cogí. Y aún lo conservo como una reliquia.
Frente a una ferretería, había desparramadas por el suelo gran cantidad de herramientas. Yo me hice con un hacha y dos barrenas.
Recuerdo que en aquella época era costumbre colgar sobre el lecho marital una gran fotografía de los novios. El retrato, en blanco y negro, estaba enmarcado con un marco serio y sobrio, sin ningún alarde. El, de traje; exquisitamente ataviado, quizás como jamás volvió a vestirse; ella, tocada de blanco; su largo y fino velo cayendo a un lado. Blanquísimo el vestido. Sonrisas de estudio de fotógrafo. Irreales. Sempiterna juventud que presidía el devenir de aquel matrimonio todos los días de su vida.
También estos retratos aparecían tirados por cualquier lado.
Hubo gente que, reconociendo en la fotografía a algún familiar suyo o alguien conocido, quiso guardarla. Si algún día volviera al Grao, se la daría.
Nosotros recogimos una. Era de una mujer, vecina nuestra, que era viuda. Cuando regresó al Grao, terminada la Guerra, se la devolvimos a su dueña. Entre grandes lagrimones besaba una y otra vez aquella fotografía, en la que aparecía ella y, su difunto marido. Tal vez aquello fuera lo único que pudo recuperar de su casa.

Después, según nos dijeron los soldados, supimos que aquellos desaguisados eran obra de los moros, que buscaban oro y joyas.
Entre los despojos de las viviendas “graueras” había un tremendo trasiego de máquinas de guerra: camiones, caballerías, soldados llenos de armas, moros con su chilaba y su fusil... Y es que el frente, en un principio, quedó situado cerca de Castellón, en las inmediaciones de la vecina ciudad de Burriana. Por lo tanto, el Grao vino a constituirse en algo así como una base de retaguardia.
El pinar, nuestro pinar, quedó tomado por soldados, que lo utilizaban como campamento. También los magrebíes se instalaron allí, pero aparte.


2 comentarios:

Rosa Cáceres dijo...

He estado leyendo el relato y me ha encantado. Sé lo suficiente de Valenciano como para comprender las expresiones que de vez en cuando incluye, como es natural.
También me han gustado mucho las fotos. Excelente blog.

eseferrer dijo...

A tal señor, tal honor.- Hay que reconocer la valía de las cosas en su justa medida, y es de ley manifestar mi satisfacción al leer estas "Memorias de un niño..." por diversas razones.-
Primera, por conocer al autor, a Micalet "el Famós", que siendo una persona que dedicó toda su vida a la mar, supo plasmar en negro sobre blanco, unas vivencias y unas sensaciones en un lenguaje plano y raso.
Segundo.- Este libro, que no está escrito con la cabeza, sino con el corazón, con el alma; trasmite una serie de valores de esa gente, de la que hay millones, que sintiéndolo no lo pueden expresar
"i Micalet ho ha fet".
Tercero.- Hay que mantenerse en perfecto estado mental y con espíritu sereno, para acordarse, conjugar e hilvanar todas estas historietas, estas vivencias que dan a conocer la forma de vida en unos años, en una época nada facil, nada agradable que nos toco vivir y asi lo digo, ya que Micalet, me llevaba unos cuatro años más.
Cuarto. Se trata de una obra propia, autentica, legítima, sin trampa ni cartón, sin que haya tenido que enmascarar nada ni a nadie, hecha con el alma.

Micalet, guarda'ns un lloc allà dalt, perquè tard o prompte anirem a fer-te companyia.-

Sergio Ferrer