La trilogía completa

domingo, 15 de noviembre de 2009

La guerra que vio un niño de 11 años. "El Motril"


Trabajos en el muelle de costa.

Los primeros días tras la toma de Castellón fueron vertiginosos. Los acontecimientos se precipitaban con furiosa rapidez. Nada era igual. Todo era nuevo. Los soldados, las maneras, los enemigos...ahora todo era al revés. Lo que antes se perseguía hasta la muerte, ahora se tenía por bueno; y aquellos que antes se presentaban como ejecutores y forjadores de un nuevo orden, ahora pasaban por criminales.
Esto supuso que, todo aquel que de una forma más o menos explícita contribuyó con el derrotado régimen, fuera perseguido hasta la muerte. Por eso, muchos, casi todos, huyeron hacia el Sur con el ejército republicano.

El paso del frente dejó en el Grao su inevitable signo. Decenas de cadáveres, algunos ya con evidentes signos de descomposición, aparecían por donde uno menos se lo esperaba.
Por eso se dio la orden de que había que ir a enterrar cadáveres.
Mi tío Pepet y mi padre, por supuesto, también fueron conminados a realizar dicha labor. Una tarea que ciertamente les repugnaba.
Fue el comandante que vivía con nosotros, quien atendiendo a las súplicas de mi padre y mi tío, logró liberarlos de dicho cometido.
Había en el centro del puerto un pailebote semihundido. Se trataba del “Motril”. El ejército republicano, en su huida, había efectuado algunos bombardeos. Una bomba alcanzó al “Motril”, y ahora permanecía atrapado en medio del puerto. Era necesario serrar las gruesas cadenas del pailebote para facilitar su rescate. A ello fueron destinados mi tío y mi padre.
A primera hora de la mañana debían acudir al puerto. Allí se pondrían bajo las órdenes de un “camisa vieja” (falangista que ya lo era antes de la Guerra).
Cuando llegaron al sitio convenido, vieron un grupito de tres o cuatro vecinos del Grao. También ellos habían sido requeridos para serrar las cadenas del “Motril”. Un pequeño bote de remos les llevaría hasta el buque siniestrado.
Ya se disponían a embarcar, cuando mi padre advirtió que en aquel grupo ¡había un “miliciano”!, mejor dicho, un “exmiliciano”. ¡Pero qué hacía aquel hombre allí! ¿Por qué no había huido con los otros?
Estuvieron serrando las cadenas hasta la hora de comer. Al toque de trompeta pararon el trabajo.
Bogaron lentamente hacia la riba.
Allí, en el rellano de la riba, había dos guardias civiles. Parecía que les estaban esperando. Verdes guardias civiles, con su negro tricornio, cartuchera bien alimentada de municiones, fusil “mauser” en bandolera.

-Eixos guàrdies civils vénen a per mi – dijo en un hilo de voz aquel “exmiliciano” que insensatamente no quiso huir como lo habían hecho sus compañeros.

Cuando llegaron a escasos metros del muelle, uno de los guardias civiles preguntó por aquel “exmiliciano”. Que si estaba en aquel bote, que inmediatamente se diera preso.
Aquellas palabras sonaron como tiros de fusil.
Sí, efectivamente allí estaba el que ellos buscaban. Le prendieron. Nosotros nos fuimos a casa a comer.
Después de la comida, aquel “exmiliciano” ya no volvió. Alguien nos dijo que lo habían fusilado.