La trilogía completa

martes, 20 de enero de 2009

La guerra que vio un niño de 11 años (6ª entrega)

Si queréis información sobre el libro clicad encima del libro.

En estas aguas del Grao cercanas a la Central Tèrmica es donde tuvo lugar el presente episodio

¡L’han pelat!

Con todo, la vida discurría en el Grao con cierta normalidad. Permítaseme la licencia de llamar normalidad a todas aquellas anormalidades que día a día empañaban la paz “grauera”.
Así llegó el otoño del año 36.
Una mañana de noviembre, estábamos pescando al llangostí frente a donde hoy está situada la Central Térmica. Mi tío Pepet, mi padre, el Moreno, el Roig, Caragol y yo formábamos la nutrida dotación de la barca.
Había, no lejos de donde estábamos nosotros, una embarcación de recreo que iba tripulada por un individuo. Era una de esas chalupas que van gobernadas desde popa con el solo concurso de un remo. ¡Una barca de recreo en aquellos mares llenos de guerra!. ¡No eran momentos de hacerse a la mar para disfrutar!. Seguramente aquel sujeto que trataba de regir el rumbo de la chalupa sin demasiada soltura no sería su dueño. Y algo tramaba. Enseguida nos lo advirtieron mi tío y mi padre. En cuanto termináramos de xorrar, pondríamos proa al puerto.
Así, con el miedo metido en el cuerpo, a prisa, y de cualquier manera, nos dispusimos a acabar la faena. Pero algo nos detuvo. Desde la chalupa, su tripulante nos hacía ostensibles gestos con los brazos. Algo quería decirnos. Hubo unos momentos de duda. Los gestos siguieron cada vez más claros. Aquel hombre quería comunicarse con nosotros. No fuera a tratarse de alguien que necesitaba ayuda. Mi tío ordenó poner rumbo hacia la chalupa.
Cuando llegamos a su altura, nos dijo:

-Ací n’hi ha una sépia grandíssima...!

Nos dirigimos, como si de una orden se tratara, hacia donde nos indicaba el tripulante de la chalupa y, vimos que allí lo que había era un medusa, no una sepia. Evidentemente, no estábamos ante un hombre versado en conocimientos marinos.

-Això no és una sépia. Es una medusa. – le dijo mi tío
-Ah! – contestó sin rubor alguno el individuo de la chalupa – Es que m’havia paregut una sépia...i com els he vist que estaven pescant...
-Que vosté no és mariner? – Aventuró mi padre.
-Jooo... qué va...!. Eixa xalupa era d’un faciste d’ací d’Almassora...!
-Que li l’han requisada?
-L’han pelat...!

Así dio aquel sujeto por terminada la conversación. Y dicho esto, dio media vuelta, ofreciéndonos la popa aquella frágil embarcación que ya enfilaba su proa hacia la playa de Ben Afeli.
Nos quedamos unos instantes sumidos en la perplejidad, sin a penas dejar de mirar hacia aquella chalupa que, con altivez y arrogancia, iba alejándose de nosotros lentamente.
“L’han pelat” . Aquella frase seca y definitiva, resonaba una y otra vez en mi mente.

-Pare...què vol dir això que ha dit aquell home que “l’han pelat”?
-No ho sé segur, però res de bo...
-Que vol dir que l’han matat? – Me atreví a preguntarle a mi padre.
-Pot ser que sí. – Contestó convencido y resignado en lo que decía, mi padre.
-Per què l’han matat, perquè ere un “faciste”? i per què ha dit que “l’han pelat”?

Demasiadas preguntas para tan pocas respuestas.



“El Moreno” es llamado a filas

El Moreno cuando estalló la Guerra acababa de cumplir dieciocho años. Todos sabíamos que si aquello continuaba, no tardarían en incorporarlo a filas.
No nos equivocamos. Una tarde de diciembre del 36 que volvíamos de pescar le avisaron. Tenía que presentarse enseguida en el puesto de reclutamiento.
Mi primo, cuando se enteró, lo aceptó resignado. No dio muestras ni de aflicción ni de desespero. El ya contaba con ello.

En la cocina de casa había una rústica mesa de madera.
En silencio, sin ruido alguno, vi al Moreno que, solitario, se aplicaba allí en la mesa aquella, con una afilada navaja. Me acerqué. No hizo caso de mi presencia. El seguía a lo suyo. Yo me quedé mirando lo que estaba haciendo. Estaba grabando en la superficie de la mesa algunas letras. Cuando acabó, se apartó, estuvo unos instantes mirando y remirando lo que acababa de cincelar en la mesa y luego, sin mediar palabra se alejó. Yo me quedé frente a la mesa. Con letras grandes, bien visibles, aún con huellas de madera fresca, podía leerse el siguiente nombre: “MORENO”.
Fui a preguntarle por qué había hecho aquello. Me miró. Desde su ya madura adolescencia miraba con entrañable gesto mi inocente niñez. Me sonrió y no me contestó.